• La universitaria Paulina Arenas Landgrave desarrolló el modelo de Órdenes de Riesgo de Suicidio para fortalecer la labor de los profesionales que atienden la problemática
• La UNAM cuenta con el Programa de Contención Emocional y la Red de Atención de Salud Mental
Con base en información del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2020, del total de fallecimientos en el país (un millón 069 mil 301), siete mil 818 fueron por lesiones autoinfligidas, lo que representa 0.7 por ciento de las muertes y una tasa de suicidio de 6.2 por cada 100 mil habitantes, cifra superior a la registrada en 2019, 6.65.
Además, el grupo de población de 18 a 29 años de edad presenta la tasa de suicidio más alta, con 10.7 decesos por cada 100 mil personas; al cual le sigue el de 30 a 59 años, con 7.4 por cada 100 mil.
Los datos del INEGI también refieren que las entidades que presentan mayor tasa de fallecimientos por lesiones autoinfligidas, son: Chihuahua, Aguascalientes y Yucatán; en tanto, Guerrero, Veracruz e Hidalgo son lo que tienen la menor.
De acuerdo con la académica de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, Paulina Arenas Landgrave, ser sensibles ante la situación que enfrentan quienes intentan quitarse la vida y no emitir juicios sobre su comportamiento, son acciones clave que pueden ser consideradas primeros auxilios para ayudarles.
La experta señaló que la mayoría de los suicidios son prevenibles. Hay que saber que el individuo puede tener un tratamiento que le permita plantearse una vida que considere valga la pena.
Al participar en el ciclo de charlas “Una mirada desde la Psicología”, organizada por la FP de la UNAM, Arenas Landgrave explicó que desarrolló el modelo de Órdenes de Riesgo de Suicidio (ORS), mediante el cual se busca fortalecer la labor de los profesionales para apoyarlos a partir del ámbito comunitario.
Desde la clínica observamos que numerosas personas en riesgo se les refiere a servicios de atención psiquiátrica, pero además de que están saturados, cuentan con poco personal capacitado para atender la problemática, enfatizó.
El modelo propuesto identifica cuatro niveles de ORS y plantea acciones concretas dependiendo del papel que se tiene al momento de asistir a alguien; es decir, ser padre, amigo, profesor, brigadista, personal de salud, etcétera.
Arenas Landgrave refirió que se debe ofrecer primeros auxilios psicológicos, por ejemplo preguntar cómo se siente; después, escuchar con atención y finalmente mostrar empatía o interés ante el dolor que sufre la persona; evitar dar opiniones personales, juicios, sermones, regaños o críticas. Es mejor verlos a los ojos e identificar si tiene dolor emocional, porque esto nos ayudará a tener un abordaje humano y colaborativo.
Brindar un trato respetuoso y cordial es básico para indagar las razones que tiene para morir, los factores de riesgo y si existe una red de apoyo que lo pueda ayudar. Se sugiere llamar al Programa de Contención Emocional, de la ENEO (a los teléfonos: 55 5350 7218 y 800 461 0098); o bien, buscar la Red de Atención de Salud Mental (saludmental.unam.mx).
No es una enfermedad
El comportamiento suicida es el resultado de cómo el individuo experimenta procesos psicológicos subyacentes en relación con su historia personal, ambiente y resolución de problemas orientada a evitar o escapar del intenso malestar emocional, ante situaciones de vida altamente estresantes.
Asimismo, puede ser detonado al enfrentar factores de riesgo agudos o crisis; es decir, aquellos que le producen estrés excesivo como la desesperanza o la impotencia ante ambientes violentos, pérdidas o fracasos de diversa índole, problemas económicos, así como factores de riesgo crónicos.
La universitaria expuso que también hay motivantes de la actitud suicida como mala calidad del sueño, enfermedades crónicas, dolor, trastornos mentales, consumo de sustancias, desesperanza crónica o aislamiento social, al igual que ambientales ya sea estar en un entorno de violencia, discordia, abuso sexual o acoso escolar, entre otros.
La doctora en Psicología enfatizó que el suicidio no es una enfermedad y, por lo tanto, no se le puede patologizar, razón por la cual a partir de la clínica se debe pensar en enseñarle al individuo conductas alternativas para que tenga mayor capacidad de adaptación a los ambientes en los que vive.