• En ocasiones se nos olvida su carácter social y la lectura, pero está ahí y es esencial, aseveró Elizabeth Treviño Salazar
Aunque existen buenas razones para leer un libro, en México hay cada vez menos lectores. De acuerdo con los resultados del Módulo sobre Lectura (MOLEC) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2021), 71.6 por ciento de la población adulta que sabe leer y escribir leyó algún libro, revista, periódico o página de internet.
Sin embargo, hay una reducción gradual por año a partir de 2016, cuando la población lectora en el país era 9.2 por ciento más grande. Su promedio de ejemplares en un año fue de 3.7, “cifra que no se alcanzaba desde 2017”. Las mujeres declararon haber tenido acceso a más de estos materiales que los hombres (3.9 y 3.5, respectivamente). La mayor parte de los encuestados (42.6 por ciento) dijo que el motivo principal es por entretenimiento; le siguen las razones de trabajo o estudio, y por cultura general.
Entre las preferencias destacan los de literatura con 36.1 por ciento, seguidos de aquellos de alguna materia o profesión, de texto o uso universitario, con 30.8 por ciento. Además, el estudio señala que para 2021 el porcentaje de personas adultas que optaron por los de formato digital se triplicó en relación con lo declarado en 2016 (21.5 por ciento contra 6.8) y fue casi el doble de 2020, cuando era de 12.3 por ciento.
Al respecto, Elizabeth Treviño Salazar, del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (IIB) de la UNAM, recalcó que la obra en papel continúa como el formato más buscado, a diferencia de lo que se piensa. “Siempre habrá quienes prefieran los impresos, pensemos en niños y adolescentes. La lectura tiene que ver también con la manipulación de ese objeto, porque el libro, ante todo, lo es”.
Los dos motivos principales de la población adulta que declaró no leer ningún material considerado por el MOLEC fueron, al igual que en 2020, la falta de tiempo, de interés, motivación o gusto por la lectura.
Trasciende barreras
Los libros nos permiten pasar el tiempo, brindan el placer de la lectura y siempre han ocupado un lugar excepcional en la transmisión del conocimiento; también ayudan a reflexionar sobre nuestras vidas, la sociedad o el momento histórico en el que estamos.
Nos posibilitan tender puentes: con uno mismo, porque lo que leemos nos mueve o no es indiferente para nosotros; y con los demás, aunque el acto de lectura es esencialmente individual y personal, nos conecta con la obra “dando espacio para una suerte de diálogo con el autor” y su época, que trasciende las barreras del tiempo y el espacio; “esto es realmente fascinante”.
Asimismo, se establece relación con quienes nos interesa “rebotar” lo que hemos leído, cuando le platicamos a alguien acerca de nuestra lectura y así la compartimos. En ocasiones, afirmó la investigadora, se nos olvida ese carácter social del libro y la lectura, pero está ahí y es esencial, como lo ha sido históricamente en la transmisión del conocimiento.
La universitaria aseguró que las obras escritas también contribuyen al fortalecimiento de la identidad. “En la actualidad hay muchos registros de voces distintas, como el spanglish, que está vinculado a una cultura, hoy reconocido como una forma legítima de hacer literatura”.
Aprendido en casa
Para la estudiosa de libros del siglo XVII, la clave en la promoción de la lectura está en crear vínculos. Las campañas de fomento hacen falta siempre, “lamentablemente no todas son atinadas. Hay que intentar ser empáticos, pensar en lo que el público necesita, en la manera en que podemos llegar a todas esas personas, ponernos en su posición. Hay que nutrirnos de lo que la gente dice para poder proponerle y ofrecerle un puente a la lectura que esté mejor hecho y sea más atinado”.
Al reflexionar sobre por qué a unas personas les gusta leer y a otras no, Elizabeth Treviño explicó que cada experiencia es única, parece haber un patrón o común denominador entre quienes sí son lectores: el desarrollo a temprana edad. “Una pasión por la lectura que no se fomenta en nuestro hogar es más difícil que venga de fuera”. Con el ejemplo en el entorno inmediato, será más fácil que un infante adquiera el hábito de la lectura.
Cuando te preguntan qué lees, esta práctica se hace social y se vuelve más amena e interesante; subestimamos la importancia de comunicar al otro lo que nos motiva, apasiona, nos llena o nos deja pensando. Un niño que lee y tiene preguntas, pero no tiene oportunidad de expresarlas a alguien y resolver sus dudas, se desalienta. Leer sin comprender lo desmotiva para terminar una obra o tomar la siguiente.
La ganadora del Premio SRBHP Host’s Prize for Junior Scholars in Honor of Trevor Dadson otorgado por la Society for Renaissance and Baroque Hispanic Poetry por su trabajo “Apuntes sobre el fenómeno editorial de la ‘Floresta latina’ (México, 1623)”, entregado recientemente en la Universidad de Cambridge, recalcó que también es importante que esa práctica sea acorde con la edad de los pequeños, porque darles textos que no entienden les puede crear frustración y alejarlos del objetivo.
Libre circulación del conocimiento
Estamos, continuó la especialista, en un momento afortunado en el que se cuestiona qué tanto deben pelearse los derechos de autor, sobre todo ante el uso de internet y el acceso abierto (Open Access) de las obras. “¿Se puede controlar la difusión o divulgación de un libro o qué uso se le da? Las obras tienen muchas vidas, pasan de mano en mano y también se reproducen, y esa reproducción no siempre es controlable”.
Las redes sociales, internet o las nuevas tecnologías se consideran como una especie de amenaza, pensándolos como si fueran una competencia, como si pudieran opacar al libro, “en lugar de verse como complementos porque amplían el espectro del público que puede alcanzar una obra dada”.
La especialista se declaró a favor de la circulación del conocimiento, que debe ser libre, al igual que la cultura. “Con la especificación de que es sin fines de lucro, el hecho de compartir material con el afán de distribuir y facilitar el conocimiento, debería ser bienvenido”.
Hay que detenernos a pensar el importante lugar que tienen los libros en nuestras vidas, acercarnos a un autor que no conocemos, a un título que siempre hemos querido leer o un estilo nuevo de literatura, y aprovechar cualquier momento para conocer diferentes mundos sin necesidad de viajar, estimular la imaginación, reforzar la ortografía, ampliar el vocabulario y mejorar la expresión oral y escrita, entre otros beneficios que nos brindan, concluyó Elizabeth Treviño.
Créditos: https://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2022_556.html