- La organización de ese conocimiento no tiene todavía el arraigo que quisiéramos, reconoció Pedro Ángeles Jiménez
- El IIE prepara la Conferencia Anual 2023 del Comité Internacional de Documentación, que se efectuará en septiembre próximo
La documentación del patrimonio cultural es estratégica, ya que es una de las mejores herramientas para combatir el tráfico ilícito de piezas arqueológicas u obras de arte, y constituye un elemento para comprender mejor nuestro legado histórico y artístico.
“Tener buenos datos es garantía de lograr una relación mucho más armónica entre la protección, el disfrute y el conocimiento de nuestro patrimonio cultural, y eso es lo que se busca. Desde la UNAM nos hemos preocupado por la profesionalización en este ámbito”, aseguró el coordinador de la Unidad de Información para las Artes (UNIARTE), del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, Pedro Ángeles Jiménez.
En entrevista agregó: el tráfico ilícito de obras de arte es un problema grave porque se relaciona con el crimen organizado. “El robo de arte sacro y la sustracción de bienes en zonas arqueológicas semiexploradas o sin explorar, sin vigilancia continua, hace urgente un sistema de documentación adecuado. Es un pendiente que tenemos con la sociedad y debemos trabajar para que se dé con las mejores características”.
En México, destacó, la organización del conocimiento del patrimonio cultural, mediante la catalogación y la documentación, no tiene todavía el arraigo que quisiéramos.
Para impulsar las buenas prácticas de la documentación en nuestra nación, la Ciudad de México será sede -del 24 al 28 de septiembre próximo- de la Conferencia Anual 2023, del Comité Internacional de Documentación (CIDOC), donde se reunirán especialistas nacionales y extranjeros. El encuentro, organizado por el IIE, también tiene el objetivo de que la relación directa de la UNAM con ese organismo internacional “se expanda en redes de conocimiento al resto de las instancias culturales del país”.
Información es poder
Pedro Ángeles recordó que cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, se fundó el Comité Internacional de Museos, ICOM, y gracias a la documentación el patrimonio fue restituido a los lugares de donde había sido extraído durante la conflagración.
Existen museos de todo tipo, incluso para las ideas, como el Interactivo de Economía o el de Memoria y Tolerancia, que exponen conceptos más que objetos. Ante esta complejidad, el ICOM desarrolló comités, uno de ellos es el CIDOC, encargado de generar normas y mejores prácticas para solucionar el tema de la organización del conocimiento de esos recintos.
El universitario rememoró que en 1990, en el Museo Isabella Stewart Gardner, de Boston, Estados Unidos, se registró el robo de obras de Vermeer, Rembrandt y Degas. Nunca se resolvió el caso y hasta la fecha se exponen los marcos de las obras saqueadas, “como testimonio de ese faltante”.
En 1993 inició una discusión internacional que reunió a una gran cantidad de especialistas de diversas áreas, museos, patrimonio cultural, aduanas y comercio de obras de arte, para definir un estándar que ayudara a identificar las que están en tránsito o que se detectaron como faltantes. Se estableció el denominado Object-ID para reconocer los objetos (con datos como su autor, año de creación, técnica, etcétera) y boletinarlos en caso de robo.
“El tráfico ilícito de obras artísticas y de patrimonio cultural sigue las rutas de las peores prácticas que tiene la humanidad: tráfico de drogas y de personas, con los mismos comportamientos. Y así como hay boletines de la policía para localizar a personas prófugas de la justicia, el Object-ID de una obra robada genera una ficha que se suma a una ‘lista roja’ que mantienen organizaciones policiacas, como la Interpol y la propia UNESCO, para su localización”. En esos casos, la documentación vuelve a jugar un rol prominente.
Cada vez que en un museo se recibe una obra “se generan documentos donde se habla de cuál es su estado, quién la ha traído, cómo fue adquirida (compra, donación u otro mecanismo), etcétera; se toman sus medidas, se asigna un número de inventario y todo queda dentro de los registros de cada recinto”, detalló.
Si el objeto necesita restauración, el departamento respectivo genera nueva información de la intervención que realiza, y si se expone se producen catálogos de la muestra y, en muchas ocasiones, comentarios en periódicos, que se suman a la documentación del objeto, explicó el experto.
El CIDOC propone contar con un proyecto que ordene y recopile los datos ligados a los objetos, y generar sistemas de documentación, de tal forma que las áreas de un museo (registro, restauración, curaduría, etcétera) tengan unidad al momento de expedir documentos.
No obstante, vemos que los museos presentan diferencias cuando integran la información; “hay algunos con grandes adelantos y otros tienen grandes problemas”. Entre los primeros se encuentran el Museo Británico, el Rijksmuseum, en Países Bajos; o el Museo Nacional del Prado, España, con los mejores sistemas de información.
En el segundo grupo está el Smithsonian, en Estados Unidos, el cual resguarda más de 150 millones de objetos que deben ser digitalizados y requiere contar con sistemas de cómputo muy complejos.
En México, las instituciones nacionales realizan grandes esfuerzos en ese sentido. Los institutos nacionales de Antropología e Historia (INAH) y de Bellas Artes y Literatura (INBAL) han recibido atención para determinar su acervo; sin embargo, el patrimonio se extiende más allá de los muros de los museos, por ejemplo a zonas arqueológicas, estudiadas o no, porque hay aproximadamente 200 abiertas al público y cientos o miles que no lo están.
Además, hay templos y edificios de los siglos novohispanos, en los centros históricos de cada ciudad del país, donde se conservan retablos, pinturas y esculturas, “que debemos catalogar y documentar para saber qué tenemos”, alertó Ángeles Jiménez.
Nuestras instituciones están en camino de seguir los estándares internacionales y agrupar mejor la información del patrimonio cultural de México. “Ese es el camino y el reto que como país tenemos a futuro”.
Hay que darle relevancia académica al tratamiento de los datos, pero también utilidad; por ejemplo, durante el sismo de 2017 “nos preguntamos qué patrimonio se había dañado. Tardamos mucho en tener una respuesta clara, porque no tenemos catalogado todo”.
Por eso, es de la mayor relevancia pasar de las prácticas de organización de los datos a información normalizada internacionalmente. Ese es el camino que debemos profundizar, reiteró el universitario.
Las normas de catalogación, estructuras de información acordes con estándares internacionales y vocabularios controlados (el empleo de los mismos términos) conforman un panorama complejo, pero que conduce a mejor conocimiento de nuestro legado.
Documentar el patrimonio es estratégico para las organizaciones e instituciones culturales, incluida la Universidad, que resguarda decenas de museos y edificios históricos, y miles de objetos, desde fósiles hasta murales, finalizó Ángeles Jiménez.
Artículo recuperado de: https://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2023_533.html