• La pandemia tiene efecto en nuestro cerebro, en su interacción con el medio ambiente, que requiere habituarse, afirmó Ana Natalia Seubert Ravelo
• Es tiempo de hacernos cargo de nuestra vida en colectivo, abatir la individualidad, el consumismo y los daños al planeta, dijo María Emily Reiko Ito Sugiyama

La nueva normalidad, tras casi dos años de pandemia, es una etapa de incertidumbre y estrés, que representa una crisis ante el encierro vivido y un periodo de adaptación a las condiciones actuales que limitan la convivencia entre las personas, destacaron especialistas de la UNAM.
“El cerebro tiene una característica especial, nos permite interactuar con el medio, ya sean personas, ambientes y otros seres vivos. Nos da la capacidad para modificar, manipular y responder a ese medio ambiente; así como la flexibilidad para adaptarnos a nuevos entornos y situaciones. Pero a su vez, puede ser modificado por esas interacciones y por ese medio cambiante”, señaló la investigadora de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala, Ana Natalia Seubert Ravelo.
En la conferencia de medios a distancia “¿Cómo vivimos la nueva normalidad?”, explicó: el cerebro se modifica cada vez que aprendemos algo o tenemos una experiencia, sea positiva o traumática. “Se causan cambios en la liberación de ciertos químicos cerebrales llamados neurotransmisores, puede causar modificaciones a nivel hormonal, crearse nuevas redes y conexiones cerebrales e incluso, esas interacciones con el medio, pueden generar transformaciones a nivel de la actividad genética. A esto le llamamos plasticidad cerebral”.
Seubert Ravelo añadió que todos estos procesos, a su vez, pueden repercutir en cómo nos sentimos, actuamos y nos relacionamos con los demás. Esta época de pandemia, en la que múltiples aspectos de la vida física y social se han alterado, tienen un efecto en nuestro cerebro.
Reconoció que esta etapa nos da oportunidad de flexibilizarnos y adaptarnos, a la cual calificó de crisis y adaptación física, psicológica y social.
La especialista destacó que el humano es un ser social que requiere cercanía física, apego e identificación de emociones en los rostros de los demás para sobrevivir, obtener alimento y defenderse de otros grupos. “La sociedad proporciona seguridad, y hemos desarrollado un cerebro social, con redes específicas que están involucradas en el reconocimiento y el análisis de las respuestas de índole social”.
El distanciamiento social y el uso constante del cubrebocas entorpecen nuestra capacidad de reconocer emociones a partir de gestos sutiles, especialmente en los niños; sin embargo, subrayó, no es razón suficiente para evitar usar mascarilla o mantener la distancia social, porque es protección para todos.
En su oportunidad, la investigadora de la Facultad de Psicología, María Emily Reiko Ito Sugiyama, recordó que la pandemia por la COVID-19 no es la primera que hemos vivido, pero tendemos a olvidar o ser indiferentes ante otros fenómenos experimentados como el de la influenza.
Vivimos en un sistema social excluyente, con un mecanismo de publicidad que nos invita a centrar la atención en el yo, y a esperar que cada quien resuelva la situación que vive con sus propios recursos. Esta circunstancia prevalece desde antes de la pandemia, pero con ella se ha exacerbado, apuntó.
“Hay un estilo de vida centrado en el consumismo, caracterizado por un uso cada vez mayor de energía y una producción creciente de desperdicios. Esto ha impactado en el medio ambiente y ha puesto en peligro el delicado equilibrio natural del planeta”, denunció.
Por lo anterior consideró que es tiempo de analizar si la antigua normalidad es algo con lo que queremos vivir, invertir horas para transportarse al trabajo o la escuela, comer sin nutrirse y llegar a casa solo a descansar, casi sin convivir con la familia.
“Con la pandemia la función de los espacios se ha multiplicado y hay más comunicación con las familias, aunque también existen problemas de hacinamiento en lugares pequeños. El teletrabajo ya se había propuesto antes de la pandemia y ahora muchos lo quieren mantener”, comentó.
Invitó a valorar la comunicación en las redes sociodigitales la cual, acotó, es creciente si estamos a distancia, pero se interrumpe cuando es cara a cara, toda vez que cada quien está ocupado con su teléfono.
“El sentido y el estilo de la comunicación y de la interacción entre las personas me parece que en el fondo no ha cambiado, tal vez algunos formatos sí lo han hecho. No nos hemos preocupado por el bienestar de los demás, a veces ni siquiera de nuestra familia, ni por el planeta, que es nuestra morada. Seguimos siendo indiferentes y pensando en objetivos de corto plazo ligados al consumo”, resaltó.

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