• Se incrementaron las agencias funerarias y cremaciones, porque las velaciones ya no se realizan en casa, afirmó Luis Fernando Núñez Enríquez
• Si antes la buena muerte era en el hogar, ahora es en el hospital, aseguró
• Entre los mayas, los muertos son parte esencial del mundo de los vivos
A diferencia de los antiguos mayas, que tenían a la muerte como parte de la vida, en la actualidad no queremos saber nada del tema y, aún más, pasamos por una crisis de ritualidades en todos los sentidos, afirmó Luis Fernando Núñez Enríquez, del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM.
Los rituales funerarios, explicó el arqueólogo, están encaminados a que los vivos no la pasen tan mal cuando enfrentan la pérdida de un ser querido, y encuentren en ciertas prácticas y palabras el consuelo para superarla. No obstante, ahora nos estamos quedando sin ritos que ayuden.
Desde los tiempos prehispánicos hasta la actualidad ha habido cambios fundamentales en este tema, los cuales iniciaron con la introducción del cristianismo después de la Conquista, pero que no se han detenido con el paso de los siglos. El más reciente es resultado del entonces llamado Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la globalización.
“Uno de los aspectos en que seguíamos siendo bastante conservadores era en materia de nuestros muertos, con esas ideas que venían desde la época de la Colonia. A muchos nos tocó presenciar las velaciones en casa, que las mujeres de la familia limpiaran y vistieran al difunto, pero en poco tiempo eso comenzó a cambiar”, relató.
Antes, recordó, había pocas agencias funerarias y velatorios, que hoy proliferan. “Se han introducido conceptos y prácticas de nuestros vecinos del norte, y una de las principales ha sido sacar a los muertos de nuestras casas”.
Si antes la buena muerte era en el hogar, ahora es en el hospital, aunque el moribundo deseé quedarse en su cama. Son los familiares quienes deciden que el deceso ocurra en otro lugar, en un intento de alargar la existencia, aunque la persona tenga más de 90 años, o por miedo; lo mismo sucede con los velorios. Y para que así ocurriera, ni siquiera tuvo que registrarse un cambio de generación; se ha modificado la concepción de la muerte y la relación que guardamos con ella, sostuvo.
También aumentó el número de cremaciones, hecho inconcebible hasta el siglo pasado, porque la Iglesia Católica las prohibía hasta su Concilio de 1962. En los últimos 30 años se incrementó esa forma de tratamiento de los muertos y está relacionado con el hecho de que en los cementerios de la Ciudad de México ya no hay espacio, señaló.
Las cifras crecieron aún más con la pandemia. De acuerdo con datos de la Recopilación de Información de los Cementerios Públicos en las Zonas Metropolitanas del país 2021, del INEGI, en 2019 se incineraron 13 mil 831 cadáveres, mientras que en 2020 fue un total de 29 mil 187, con un aumento de 111 por ciento.
En el caso de las personas que son inhumadas en un panteón municipal, sólo pueden permanecer siete años enterradas; después de ese lapso los familiares deben ir por los restos. Cuando llega ese momento, “no sabemos qué hacer, no tenemos una ritualidad preparada para ese instante”, insistió Luis Núñez.
Las sepulturas de Palenque
En la antigua ciudad maya de Palenque, una de las zonas arqueológicas más bellas del mundo, se encuentra la sepultura más elaborada de Mesoamérica, recalcó el investigador. “Una de sus glorias es tener una de las cámaras funerarias de la realeza más espectaculares y sarcófagos monolíticos, únicos en toda el área”.
Alberto Ruz se consagró en la arqueología mundial gracias al descubrimiento de la tumba de Pakal, en 1952; y en 1994, su homólogo Arnoldo González Cruz encontró a la Reina Roja, quien tiempo después se supo que era la esposa de ese rey y madre de dos importantes gobernantes. Para estos personajes fundamentales se construyeron monumentos funerarios majestuosos.
Por supuesto, no son las únicas sepulturas. En ese sito se han contabilizado, desde finales del siglo XVIII, alrededor de 250 tumbas pertenecientes a los gobernantes, pero también a la gente común, detalló el universitario.
“En Palenque y otros sitios, como Piedras Negras (Guatemala), un tiempo después de que ocurrió la muerte biológica, hay ingresos a las sepulturas para, por ejemplo, pintar los huesos y hasta sacarlos y usarlos en alguna ceremonia. Después, se vuelven a guardar”. Ese fue el caso de Pakal, cuyos restos fueron pintados de rojo. De ello tenemos referencias y evidencia física, comentó el arqueólogo.
En los entierros de la gente común, si no hay grandes monumentos, existe una serie de esos elementos rituales de contacto con los muertos: los ponen en lugares especiales dentro de las casas. “Estamos encontrando que usaron sarcófagos construidos con paneles de piedras cortadas”.
También se registra que, después de la descomposición de los cuerpos, hay interacción con los restos. “Vemos un culto para los muertos que está en la mente de todos, que todos practican”. Aunque los jerarcas tienen grandes monumentos funerarios y otro tipo de interacción con los seres del más allá, a nivel ritual, las creencias, sentimientos y actitudes de gobernantes y gobernados son muy parecidos. Aquí los muertos son parte esencial de la comunidad de los vivos, forman una unidad indisoluble, recalcó el experto.
Núñez Enríquez explicó que, junto con sus colegas, en Palenque han encontrado los llamados “depósitos problemáticos” porque se trata de una gran cantidad de materiales que es difícil de explicar, en un solo lugar o habitación.
“En el Grupo IV de Palenque, donde realizamos excavaciones, han aparecido depósitos con restos de lo que pudo ser un gran banquete; tenemos la vajilla en la que se prepararon los alimentos, ollas, cucharones, platos, combustibles, semillas y un montón de fauna que se comieron: restos de peces, tortugas o mamíferos pequeños. Es frecuente que aparezcan restos humanos con el mismo tratamiento de los animales, es decir, que también se los comieron”, abundó.
Tales descubrimientos, prosiguió, se interpretan como indicios de fiestas masivas con mucha comida y bebida, en el marco del reingreso del esqueleto a la sepultura; incluso, “eran celebraciones más importantes que cuando dejaron por primera vez al difunto”.
Luis Núñez explicó que el momento de la muerte marca una fase de transición que puede tomar varios años, desde la lenta descomposición del cadáver hasta la obtención de huesos limpios; cuando esto último ocurría, los mayas levantaban las reglas del duelo y del luto. Entonces, los restos ya no son peligrosos: son huesos que se pueden reintegrar a la comunidad.
En el sureste, expuso el experto, aún tenemos reminiscencias de estas prácticas; una de ellas, la más conocida, es la que sucede en la comunidad de Pomuch, Campeche, cuando se acerca el Día de Muertos y, en el cementerio, la gente saca los esqueletos de sus familiares de sus nichos para limpiarlos.
Los restos son llevados a las casas, para que “vean” si hay algo nuevo; si alguien se va a casar o si nació un nuevo miembro de la familia, es el momento de presentárselos. Luego, los regresan al panteón. “Eso se parece mucho a lo que encontramos arqueológicamente”.
Es así, porque se considera que los difuntos ayudan a la prosperidad; “se asume que el muerto sigue ahí, en la casa, y no sólo el 2 de noviembre, cuando es más fuerte el vínculo entre el mundo de los vivos y los fallecidos. Esto es común entre los mayas y la mayoría de comunidades indígenas de lo que fue Mesoamérica: nahuas, huastecos, mixtecos, etcétera”, concluyó