• Estuvo convencida de la importancia de abrir espacios para la cultura; rescató y repatrió las obras de artistas mexicanos: Ana Garduño Ortega
• El 27 de julio se cumplen 20 años del deceso de la gestora cultural
A dos décadas de su fallecimiento, acaecido el 27 de julio de 2002, Dolores Olmedo debe ser recordada como una mujer exitosa y trabajadora, polémica e inteligente, que supo enfocarse en los negocios y enlazarse con personajes que apoyaran su trayectoria como empresaria y agente cultural.
Para fortuna de los mexicanos, se interesó en hacer dinero, en el arte y la cultura, por lo que parte de sus ganancias las invirtió en construir una colección importante de arte nacional y en comprar una exhacienda, sede del museo que lleva su nombre. Fue una coleccionista que cumplió sus objetivos y “eso ha beneficiado a la cultura en este país”, afirma la académica universitaria, Ana Garduño Ortega.
La profesora del posgrado en Historia del Arte de la UNAM refiere que María de los Dolores Olmedo y Patiño Suárez (Ciudad de México,1908-2002), fue una mujer nacionalista que creía firmemente en la creación de instituciones para que su nombre se perpetuara; “no la conoceríamos si no fuera por haber decidido fundar un importante museo de arte moderno y galerías dedicadas a su colección de arte popular, o si no hubiera decidido coleccionar arte mesoamericano. Ese deseo de trascendencia fue muy favorable para la cultura nacional”.
Con motivo de su aniversario luctuoso, Garduño Ortega añade que fue una importante aliada del grupo de poder que decidía las políticas culturales hegemónicas, y que creía en la ideología que irradiaba la élite burocrática. No sólo estaba convencida de la importancia de abrir espacios para la cultura, sino de mantener las tradiciones y algunas costumbres que se estaban perdiendo en la segunda mitad del siglo XX, como las de los altares de Dolores (los viernes de la Semana Santa) y de muertos.
Olmedo supo establecer alianzas estratégicas que la beneficiaron en términos económicos y financieros, y que le permitieron abrir un recinto tan importante como el de la “Hacienda de la Noria”, en Xochimilco, al sur de la Ciudad de México. “Con sus ladrilleras estuvo relacionada con empresas de construcción muy importantes, y tuvo los contactos para que le fuera asignada obra pública, supo hacer alianzas y negocios”. Y lo más importante: a diferencia de otras colecciones que se pierden a lo largo de las décadas, esta sí se convirtió en un museo de arte.
La empresaria estuvo ligada a la clase política que gobernó México durante prácticamente todo el siglo XX; desde las altas esferas del poder enlazó sus negocios con sus intereses personales. “Para la élite era importante tener contacto con intelectuales, artistas, creadores plásticos, pintores y muralistas”, señala la experta.
Dolores Olmedo –interesada en el arte popular, del cual forjó “una de las colecciones más ricas e interesantes que tenemos en México”– mantuvo contacto cercano con Diego Rivera, y con su influencia comenzó a coleccionar piezas prehispánicas. En una época donde era legal comercializar este tipo de patrimonio, pero ilegal sacarlo del país, el famoso pintor compraba piezas, originales o falsas, porque no le interesaba el tema de la autenticidad.
Había algunas costosas porque eran grandes o por su estado de conservación, que no podía adquirir; esas se las mandaba a Dolores para que ella las comprara. Pero también le entregó una lista de obra que quería que fuera rescatada, de ser posible.
Al respecto, la doctora en historia del arte detalla que la corriente hegemónica artística que se desarrolló a partir de la década de 1920, primer movimiento artístico internacional de México, tuvo éxito. Era de vanguardia, propositivo, con un nacionalismo evidente, con temáticas mexicanistas y un fuerte énfasis en el indigenismo.
Las obras de creadores nacionales eran pretendidas por residentes de otros países o turistas que querían comprar arte mexicano. “Había una moda por México en el periodo entre guerras; cuando la élite estadounidense no podía viajar a Europa, que estaba en el conflicto armado o devastada, visitaban mucho nuestro país y compraban arte, con o sin conocimiento. Muchos de ellos no sabían lo que se llevaban”.
El arte nacional de la primera mitad de siglo se comercializó prácticamente hacia el vecino país del norte; numerosas piezas nutrieron museos, mediante donaciones de los compradores originales; en otros casos, los familiares vendieron las piezas, en una segunda etapa, a coleccionistas mexicanos; “ahí entra Dolores Olmedo, a repatriar piezas que salían a la venta en los años 60, 70 y 80”.
A lo largo de su vida, la empresaria se dedicó a “palomear” la lista que le había entregado Rivera. Asiste a galerías y subastas en la Unión Americana, y bajo la asesoría del experto Fernando Gamboa, adquiere y trae a México obras de arte que para entonces ya eran muy costosas por el prestigio del movimiento artístico mexicano, “con la idea de hacer un museo, porque que era parte del compromiso moral que había establecido con Diego”. A la pintura de caballete, se sumaron dibujos, grabados y hasta bocetos de murales del propio Rivera.
Además, Dolores Olmedo amplió el interés más allá de la obra del muralista, a sus mujeres. Entonces incorporó a la colección a las esposas de Rivera: Angelina Beloff y Frida Kahlo. “Trazando círculos concéntricos, alrededor de él está la obra de las dos pintoras”, abunda Garduño.
No importa qué tan polémica pudo haber sido la figura de Olmedo en su momento, lo más importante es que rescató y repatrió la obra de artistas mexicanos que estaba en el extranjero, sobre todo de Diego Rivera y Frida Kahlo, y abrió un museo para albergarlas, para disfrute de los interesados en visitar ese recinto.
Es relevante porque hay colecciones creadas en el siglo XX, con un acervo importante de arte moderno, popular, europeo, etcétera, que, sin embargo, se dispersan a la muerte del coleccionista; muchos ricos no llegan a crear un museo propio, o no se llega a ligar su nombre con el arte de manera permanente, como sí ocurrió con Dolores Olmedo.
Hoy, su Museo (que tendrá una extensión en el Parque Urbano Aztlán, en el Bosque de Chapultepec) alberga la mayor colección de obras de Diego Rivera, Frida Kahlo, Angelina Beloff y Pablo O’Higgins, así como piezas de arte prehispánico, popular, incluso novohispano. “A ejemplo de mi madre, la profesora María Patiño Suárez viuda de Olmedo, quien siempre me dijo ‘todo lo que tengas compártelo con tus semejantes’, dejo esta casa con todas mis colecciones de arte, producto del trabajo de toda mi vida, para disfrute del pueblo de México”.
Artículo tomado originalmente de: https://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2022_595.html